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EL SECRETO DEL CONCRETO ROMANO BUSCANDO LA CLAVE DE UNA RESISTENCIA EXTRAORDINARIA | Parte 1

El uso masivo del concreto en la construcción de infraestructuras ha definido el perfil de la sociedad moderna, pero su producción ha tenido importantes consecuencias medioambientales que es imposible ignorar. El proceso de elaboración del concreto moderno, basado principalmente en el cemento Portland, inventado en 1824 por el constructor británico Joseph Aspdin, implica calcinar a más de 1,500º C una mezcla de caliza, arenisca, arcilla, tiza y hierro, para obtener un producto conocido como clinker, el cual es molido para reducirlo a polvo y luego incorporado con rocas o arena para darle la consistencia que permita su utilización en la construcción de estructuras.

Este proceso conlleva un gasto muy significativo en términos de energía y genera afectaciones ecológicas que no es posible soslayar. A pesar de las vigorosas acciones de la industria cementera orientadas a la mitigación de su impacto ambiental, grupos ecologistas afirman que la producción de una tonelada de clinker libera una tonelada de CO2 a la atmósfera y se estima que, actualmente, la elaboración de cemento origina el 5% de las emisiones totales de bióxido de carbono, responsables del cambio climático, aunque considerando de manera completa el ciclo de vida del concreto, buena parte de esas emisiones son capturadas nuevamente en un proceso de carbonatación que sufren las estructuras. En la búsqueda de alternativas para lograr materiales, procedimientos y estructuras más amigables con nuestro medio ambiente, científicos investigadores orientaron sus esfuerzos a la comprensión de las causas de la increíble durabilidad del concreto romano.

Hace dos milenios, el imperio romano alrededor del Mar Mediterráneo fue el más grande y avanzado que el mundo había conocido hasta entonces y de su pericia constructiva dan testimonio las impresionantes estructuras que han sobrevivido hasta hoy. Al emperador Augusto se le atribuye la expresión de que se encontró una Roma de ladrillo y dejó una de mármol, aunque bien podría haber dicho de concreto. El célebre Marco Agripa, su mano derecha, fue el encargado de usar este conglomerado mineral para apuntalar la capital del imperio y muchas de sus obras siguen en pie: puentes, acueductos, calzadas y obras icónicas como el Panteón de Agripa, el Coliseo y especialmente, construcciones costeras de enorme resistencia, entre ellas, algunos puertos, cuyos muelles y espigones todavía se pueden encontrar más de 2,000 años después de haber sido construidos.

Durante muchos años, el imperio construyó sus puertos con una combinación de cemento, cal viva y materiales volcánicos. El puerto antiguo de Cosa – Portus Cosanus- en la región de la Toscana, que data del siglo III A.C., es probablemente el primer puerto romano conocido y algunos de sus rompeolas todavía siguen en pie, pese a los continuos embates de las olas. Es bien sabido que el concreto moderno basado en el cemento, empieza a deteriorarse y degradarse inmediatamente después que entra en contacto con el mar, ya que su reacción con el agua salada le provoca carbonatación y pérdida de alcalinidad y no es posible que resista por muchos años. Sin embargo, los ingenieros romanos fueron capaces de crear un concreto que inclusive mejoraba al reaccionar químicamente con el agua de mar. ¿Cómo lo hicieron? Veamos…

Tanto entonces, como ahora, se usaban un aglomerado y un aglomerante. En sus obras de construcción, los griegos usaban una argamasa calcárea que, al secar, hacía de aglomerante. Los romanos usaron materiales volcánicos como aglomerado y cal viva – óxido de calcio – como aglomerante. A esta mezcla de cenizas volcánicas – también llamadas puzolanas – cal y agua de mar se añadía piedra pómez para fortalecerla. Los puertos romanos se construyeron con las mismas cenizas volcánicas de la región de la actual Nápoles; en particular, con la ceniza de Pozzuoli, a las faldas del Vesubio, que era muy apreciada por los constructores, los cuales la preferían a otras, aparentemente similares, que podían encontrarse en otros puntos del Mediterráneo como Santorini, Milo o las islas Lipari.

No es posible saber si fue consecuencia de una afortunada casualidad, resultado de la cercanía geográfica o producto de un constante y sistemático proceso de prueba y error, pero se descubrió que los materiales volcánicos que empleaban, reaccionaban con el agua, tal y como lo hace hoy el cemento Portland, pero a diferencia del concreto producido con éste, que si se agrieta las partículas de arena o grava que tienen el propósito de darle consistencia pueden acabar formando un gel que al expandirse agrava la factura, se encontró que mejoraba su resistencia de manera extraordinaria con el contacto continuo con el agua marina ¿Cuál era el secreto?.

Para seguir la segunda parte del articulo espéralo en la próxima actualización, subimos artículos cada semana afín a este.



FUENTE: REVISTA VECTOR




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