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La ingeniería sanitaria en México hasta el siglo XIX | parte 1

Antecedentes
En el México del siglo XVI la preservación del ambiente era una realidad, como también el manejo de residuos sólidos a través de disposiciones sobre basura, inmundicias, lodos y “bazofias” (residuos orgánicos animales) de tocinerías y casas de matanza. Fue a la vez en ese periodo que de manera intuitiva y experimentada se aplicó el término de “actividades riesgosas y dañinas a la salud” a través de ordenanzas.

Las quejas de particulares sobre residuos en general no pasaron de ser un tanto aisladas, no habiendo sido hasta la primera mitad del siglo XVIII cuando tomaron la forma de incomodidad conjunta, al principio sobre basura doméstica y excretas, y casi inmediatamente en el marco de la nada escasa producción de México que tuvo un impacto ambiental y ecológico con diferentes características: depredadoras, contaminantes, peligrosas y riesgosas.

Al respecto, las almidonerías dieron pauta a una serie de reclamaciones que alertaron a las autoridades; por ejemplo, los vecinos se quejaban en 1770 que en la Calle de los Ciegos (hoy Jesús María) había “una almidonería nociva a la salud pública por su fetidez y derrames los cuales corren por la calle en notable perjuicio de los vecinos y dueños de fincas por estar cerca de su calle”. Por su parte, las tocinerías arrojaban los excedentes de agua a la vía pública formando charcos grasosos; en cuanto a las manufacturas domésticas la sociedad pedía que “las fábricas deberían limitadamente permitirse en los arrabales donde la ventilación logra mayor libertad o impulso para disipar unos efluvios que agregados o condensados con los de las basuras engendran una crasitud hedionda y muy perjudicial por sus efectos y lo que se opone a la respiración”.

Con los años el crecimiento anormal de la ciudad cambió la climatología del Valle a la vez que afectó el ambiente, con ello el reforzamiento de la incertidumbre y la inquietud de los particulares. El aire, a pesar de los lagos, del suelo pantanoso, de los muchos canales que atravesaban la urbe y las abundantes aguas del verano, era seco; no retenía humedad.

Ese ambiente pesado lo detectó Antonio de Ulloa y de la Torre Giral, observador español que hizo ver al virrey Bucareli en 1777 “ que los vapores que emanaban de los alrededores se manifestaban en continuas fluxiones (congestionamiento nasal o pulmonar) en combinación otros efluvios ambientales, agrediendo a la población con múltiples males que bien pudiera ser diarrea, dolor de cabeza, e inclusive caries”; de ahí que en una forma de reclamación callada a las autoridades no le extrañó ver indistintamente hombres y mujeres en cualquier lugar o paraje, transitar con las caras semicubiertas con pañuelos que fungían como filtros contra “el nocivo aire”, estando tan generalizada esta costumbre que se trastocó en moda.

Con poca diferencia de años, se atribuyó la mala calidad del aire a las chimeneas de industrias en el área céntrica, ante lo cual Ladrón de Guevara pidió al Virrey de Mayorga (1779 -1783) impusiera la obligatoriedad de que estos aditamentos no solo fueran bien construidos y con fugas de humos, sino también limpios y cuidados. Esa idea de imputar al ambiente los males la compartieron profesionales de la época; uno de ellos el doctor Bartolache quien era del parecer que “las inmundicias y vapores hacían de esta ciudad una urbe de aire malsano y corrompido”.




Hotel Crane Parte 3