El puente de la bahía de Sydney: Una obra para salvar tiempos turbulentos Parte 1

Los nombres del puente

Por su apariencia, al puente de Sydney durante algún tiempo se le conoció como the Coat Hanger —el gancho para colgar la ropa—; en la actualidad, los habitantes de la capital australiana prefieren llamarlo, simplemente, el Puente; dada su monumentalidad e importancia icónica es por demás seguro que a nadie le queda duda de que se está haciendo referencia al puente de la bahía de Sydney. Durante los nueve años que duró su construcción —entre 1923 y 1932—, el puente recibió otro apelativo: el Pulmón de Hierro, debido a que fue de gran ayuda para darle un “respiro” a la maltrecha vida económica australiana, duramente golpeada por la Gran Depresión.

Larga gestación de una idea

Una de las primeras propuestas para unir las dos orillas más urbanizadas de la bahía de Sydney data de 1815, y fue ideada por Francis Greenway, arquitecto inglés condenado a catorce años de exilio en Australia que, a la sazón, fungía como colonia penal británica. Con el tiempo, Greenway construiría muchos edificios de gran importancia histórica en Sydney, pero no lograría realizar su puente.

Muchos otros planes serían formulados durante el siglo XIX, como puentes de tres brazos y hasta un túnel, pero la gran mayoría de estos proyectos rebasaban las posibilidades técnicas de la época, así como la capacidad económica de la colonia inglesa. La situación comenzó a mejorar con el cambio de siglo, gracias a la experiencia ingenieril acumulada.

Finalmente, en 1916, el ingeniero australiano John Bradfield presentó un diseño factible, pero la situación internacional —Australia se había involucrado en la Primera Guerra Mundial desde 1914, a lado de la Gran Bretaña— impidió que se atendiera la obra por falta de recursos. Con todo, Bradfield no se descorazonó: regresó a su trabajo en el departamento de obras de la bahía, desde donde siguió impulsando el proyecto. En 1923, cuando el gobierno colonial aprobó el diseño del ingeniero inglés Sir Ralph Freeman, su paciencia fue recompensada: él y su equipo se encargarían de supervisar la construcción del puente de arco que rompería todos los récords de su época.

La obra y la construcción La ceremonia de la primera palada se llevó a cabo el 28 de julio de 1923, con el propio primer ministro Jack Lang manejando la herramienta. No queda registro de cuánta tierra removió ese día el funcionario, pero lo que sí se sabe es que fue necesario cavar zanjas de doce metros de profundidad para colocar los cimientos de concreto reforzado en el lecho de arena, así como túneles de anclaje de treinta y seis metros de largo clavados en el fondo rocoso de la bahía.

Para construir el enorme arco —con una luz de 503 metros y una altura, en su punto más alto, de 135 metros sobre el nivel del mar— se utilizaron 52,800 toneladas de hierro. Las obras se iniciaron al mismo tiempo en ambas márgenes de la bahía, utilizando para colocar las piezas sendas grúas montadas sobre la estructura, y que se iban “deslizando” a medida que avanzaba la construcción.

Les tomó un poco menos de dos años a los obreros “juntar” los dos extremos del arco, que fueron conectados el 19 de agosto de 1930. Para entonces ya se había colocado la mayor parte de los seis millones de remaches que habrían de ser utilizados para fijar todos los elementos del puente. Terminado el arco, la siguiente fase consistió en colocar los cables de suspensión y armar el tablero del puente, esta vez yendo del centro hacia los extremos. Sobre el tablero se colocaron vías de tren y de tranvía, y se cubrió con cemento y asfalto el espacio previsto para el tráfico de automóviles, bicicletas y, por extraño que parezca, coches tirados por caballos.